Publicado el: 1 septiembre 2022

La Municipalidad de Cerro Navia junto a la Oficina de las Diversidades y Disidencias Sexuales; en el marco del Día contra el Homo, Trans, Bi y Lesbo Odio realizaron el primer concurso literario disidente en la región Metropolitana, Con Tinta Arcoíris.

Con Tinta Arcoíris incluye cuentos, poesía o relatos autobiográficos inéditos, de temática libre que expresan las vivencias de personas LGBTIQ+. Ignacia Moya (15) es la ganadora de la categoría de 12 a 16 años con “Ojos de esmeralda”, y Fito Torres Espina (20) obtuvo el primer lugar en la categoría de 17 a 29 años con “Fotos y una sola letra”.

“Es la primera vez que siento un apoyo real hacia la comunidad LGBTIQ+ de parte de algún tipo de autoridad, o si bien podría llamarse funcionarios públicos. Siento que del tema no se habla mucho y en muchos casos las personas tienen la mente muy cerrada o prefieren evadir el tema, entonces creo que es una buena iniciativa, que las personas LGBTIQ+ merecieron desde hacía muchísimo tiempo”, indica Ignacia Moya.

“Es poco común que hayan instancias exclusivamente para disidencias, y hacen falta esos espacios, porque las personas LGBTIQ+ que tienen plataformas para mostrar su arte son pocas. La literatura disidente y sus autorías son figuras muy difíciles de encontrar, son muy under, están metidos en el fondo de la cultura LGBTIQ+”, agrega Fito Torres.

El jurado de Con tinta de arcoíris estuvo compuesto por Constanza Valdés, abogada, activista y escritora trans; Francésc Morales, director de cine, productor y guionista; y Yorka Pastenes, artista, compositora y vocalista de la banda nacional Yorka.

 

 

Ojos de esmeralda

Ignacia Moya

Para todas las mariposas que aprendieron a volar con las alas rotas

Y para quienes aún no saben cómo

Se encontraba mirando su reflejo en el espejo, tenía una belleza inimaginable, más que cualquier otra princesa de los reinos cercanos. Su cabello rizado y rojo estaba recogido en un moño alto, para que las demás personas presentes en la ceremonia pudieran apreciar su tez pálida y sus ojos, igual de verdes como los árboles en verano felices. Y para que todo el reino pudiera contemplar el maravilloso y costoso collar de cuarzo rosa que, adornada su alargado cuello, después de todo, era una tradición muy antigua y respetada por su pueblo. Las mujeres, el día de su boda, deberían llevar joyería elaborada con cuarzos rosas, porque esto significaba prosperidad y fertilidad para el matrimonio.

—Esmeralda —llamó mi madre, estaba tan sumida en mis pensamientos que no me percaté el momento en que entro a la habitación.

—Es hora, tienes que salir —me ordenó. Mis ojos desesperadamente buscaron su consuelo, no puede ser posible que me comprometa con un hombre al que ni siquiera conozco, no debería ser yo. Mi familia se ha mantenido en constantes conflictos con el pueblo al que pertenece el príncipe Aren. Estamos destinados a establecer la paz mediante nuestra unión.

No podía pensar con claridad, sumisamente mi cuerpo avanzaba detrás del de mi madre en dirección hacia la iglesia. No podía emitir ninguna palabra, no lograba mantener la cabeza en alto. ¿Este sería el final?, solo me utilizarán como una alianza para fortalecer el reinado de mis padres y mantener el linaje.

La música comenzó a resonar en las paredes de la gran construcción, los murmullos cesaron, los presentes voltearon para mi dirección, por favor, no soporto que me observen, no deseo esto para mí, pero no puedo ser egoísta, si no contraigo matrimonio nunca terminarán los conflictos.

Mientras mis pies se deslizaban hacia el altar, un recuerdo invadió mi mente. Corría felizmente en dirección al bosque de los murmullos, atravesando un río. Los más ancianos relataban a los niños que, en ese bosque, habitaba un grupo de personas, se decía que antiguamente, hace un par de décadas, se dedicaban a los robos en los mares de todo el continente, y que un día desgraciadamente su barco blanco y de marcos dorados se estrelló contra la costa de nuestro reino, desde entonces nadie ha sido lo suficientemente valiente como para acercase nuevamente al bosque.

Desgraciadamente mis recuerdos se vieron interrumpidos por la voz del pastor:

—Buenas tardes a todos los presentes, el día de hoy nos encontramos reunidos para presenciar la unión, no solo entre dos futuros reyes, sino que también la unión y alianza entre dos reinos, para establecer un acuerdo de paz.

Justo después de ese momento comenzaron los votos matrimoniales, pero yo no quiero vivir así, creo que, de alguna manera ese recuerdo sobre el bosque, fue un mensaje del mismo. Entonces hice lo que mi mente y corazón me indicaban: huir.

Corrí a través del pasillo blanco de la iglesia, y no lo pensé dos veces en el momento en que a las afueras de la construcción vi un caballo amarrado a un poste de madera. Me monté en él, en ningún momento de mi vida me sentí con esta libertad, hice caso omiso a los gritos que provenían desde atrás, mi cabello se movía en sinfonía con el viento, el alargado vestido de bodas quedó completamente manchado por el salpicar de tierra a medida que atravesaba las ramas de los árboles, escuchaba que murmuraban mi nombre, podía respirar tanta naturaleza, me estaba adentrando en dirección al bosque de los murmullos.

Hasta que una flecha me rozó el costado del rostro, ante mí se encontraban unos brillantes ojos amarillos, 5 mujeres me tenían rodeada, nadie emitió ninguna palabra, pero pude presenciar la amenaza y fuerza en su postura. —Que hace la princesa lejos de su castillo —me interrogó una de ellas. —No deseo hacer daño a nadie, solo no tengo a ningún lugar al cual ir —dije con firmeza.

—Pues este no es ningún lugar para ti, se supone que tienes un compromiso al cual asistir —habló una tensando su arco en dirección a mí. —Tenía un compromiso, pero hui de ese lugar, —Todas, de alguna manera sorprendidas, se miraron de reojo entre ellas y bajaron sus arcos y ballestas. —Síguenos —indicó la más alta.

Caminamos por un buen rato hasta tener al mar enfrente de nosotras, logré percatarme del barco presente en las leyendas de los ancianos, y su majestuoso tamaño. A un costado había una gran montaña, una de las mujeres emitió un extraño silbido, y desde lo más alto de aquello montón de tierra descendió una plataforma con firmes cuerdas sujetando la estructura. Nos elevamos varios metros por encima del camino anterior. Al llegar a la cima, me sorprendí al ver un gran número de personas, ocupadas con sus labores diarias, y maravillosas construcciones donde habitaban, con grandes ventanales y flores en los balcones. —Puedes dejar tu caballo por aquí, me llamo Kaysa —me indicó la mujer que emitió el silbido anteriormente. —Las chicas de antes son Zelda, Dag, Aska y Raina, se ven muy serias al principio, pero después que te tomas el tiempo de conocerlas son maravillosas.

—Kaysa, gran mamá quiere ver a la princesa —exclamó Zelda. Era una mujer de estatura alta, con unos ojos asesinos y penetrantes, tenía el cabello corto y negro, en sus brazos se podían apreciar distintas cicatrices. Su presencia imponía bastante.

Gran mama era una mujer anciana, siempre llevaba unas trenzas, ya que nunca en su larga vida había acercado una tijera a su cabello. Era la líder de todas las personas habitantes en el bosque de los murmullos, debido a su gran sabiduría en las artes de la brujería. —Tienes que subir por esta escalera, llegarás hasta una puerta de flores rojas y debes susurrar tu nombre —me indicó Zelda.

Me quedé sorprendida ante la imagen que se presentaba frente a mí, había un gran árbol, con el tronco más grueso que jamás haya visto en mis 19 años de vida. Al costado izquierdo se encontraban las escaleras, disimuladas con las hojas del árbol mismo. Al llegar hasta la puerta, susurré mi nombre, esperando alguna respuesta, mayor sería mi sorpresa al ver como las flores comenzarían a desprenderse, dejándome ver la imagen de una anciana de espaldas, sentada sobre una silla confeccionada con bambú. —Hace un par de meses a través de las lecturas de humo pude predecir que una joven de ojos esmeraldas, tal y como dice su nombre, cabalgaría hasta el bosque. Dime, mi niña, qué destino quieres para ti —se dio la vuelta para observarme desde los pies hasta la cabeza.

— Realmente no sabría cómo contestar su pregunta, gran mama, pero si puedo decirle que no deseo contraer matrimonio con una persona que solo he visto una vez en toda mi vida.

—Sígueme —me indicó—, este es un amuleto que remonta desde las épocas en donde ningún humano caminaba por sobre estas tierras, nuestra gente en tiempos de mar lo encontró en unas islas del caribe —lo sostenía entre sus dos manos, era una gran espada, adornada con cientos de diamantes diminutos—. Esta espada surgió por uno de los rayos lanzados por el mismo dios del Olimpo, Zeus, con una inscripción en ella: “Del rayo surgió el poder, y desde tus ojos esmeralda veo la paz”. —Muchas personas dicen que el bosque nos pertenece, ya que piensan que somos quienes emitimos los murmullos provenientes de este mismo, pero la realidad es que convivimos con la naturaleza sin dañarla, porque nada más que nuestros corazones nos pertenecen, y eso es algo que tus padres todavía no aprenden.

Un tiempo después de eso, pasé dos meses conviviendo entre los ojos amarillos, y resultó que nunca fueron personas bárbaras ni despiadadas. No consumen animales, habitan en constante armonía con la naturaleza y su espacio, y no fomentan los conflictos. En mi estancia, viví en compañía de Zelda, que terminó siendo la persona más maravillosa que en conocido en toda mi vida, es una de las 5 guardianas del bosque y de su gente, por esto mismo entrenaba muy duro todos los días. No tengo idea del momento en que mi corazón latía tan rápido por ella, su voz me calmaba en noches de tormenta, porque era algo que me atormentaba desde que tengo 3 años.

Y como todo cuento, debía acabar pronto, una mañana tuve que marcharme hasta mi tierra natal. Despedirme de todos fue difícil, pero sobre todo principalmente de Zelda, ya que no podía dejar su lugar entre su gente, me dio un último beso de despedida —Recuerda que siempre estaré cuidando de ti, en cualquier lugar del mundo donde te encuentres, no importa cuán lejos sea ni la edad que tengas— y entonces monté mi caballo, sin mirar atrás, dejando los momentos más felices de mi vida guardados en mi mente y alma.

Mientras me adentraba en las puertas del reino, el sonido de las espadas chocando y los gritos de las personas invadieron mis oídos. Al llegar al castillo, vi a los guerreros de los dos reinos luchar. Tenía bastante claro que, por más fuerte que alzara la voz, nadie lograría escucharme. Tuve que actuar con rapidez, y me adentré en una de las torres del palacio hasta llegar al gran tambor, que se utilizaba en anuncios importantes. Lo toqué con todas mis fuerzas, y todos se detuvieron y se percataron de mi presencia.

—Escúchenme todos —alcé la gran espada para que pudieran contemplarla.

— Sé que el motivo por el cual escapé no fue lo más correcto bajo sus ojos, pero quiero decirles que no hubo un solo momento en que no pensara en mi familia y en mi pueblo. Pero descubrí que la espada nunca estuvo bajo los guardias del rey, siempre estuvo con los habitantes del bosque de los murmullos, y por lo tanto quiero que firmemos un acuerdo de paz entre ambos reinos sin la necesidad de un matrimonio de por medio.

NO ESTOY DE ACUERDO CON NADA DE ESTO, VEN Y LUCHA A MUERTE CON MI HIJO, EL GANADOR SE QUEDA CON LA ESPADA —alzó fuertemente la voz el rey del reino del norte.

Mi padre me miró con ojos asustadizos, pero le dirigí una mirada para tranquilizarlo.

Me paré en frente del príncipe, mantuve mi cabeza en alto, le entregué la espada, sin despegar la vista de él. Alzo su espada por encima de mí, y pensé en todos los hermosos recuerdos que mantuve con Zelda, los momentos en los cuales me sentí verdaderamente yo. —No puedo seguir con esto —habló el príncipe Aren, tirando su espada lejos de nuestros cuerpos. —Soy gay, si lo dije, en ningún momento he querido contraer matrimonio con otra persona que no sea un hombre, y jamás he pensado en continuar con esta guerra. Creo que toda nuestra gente se encuentra cansada de todo esto —habló dirigiendo la mirada a su padre. Y juntos alzamos la espada, hombro a hombro unidos. Y todos los soldados tiraron sus espadas en señal de seguimiento.

Tiempo después, pudimos firmar el tratado de paz, y la espada fue lanzada al mar, para que fuera devuelta a su dueño original.

Al fin de todo el conflicto, recibí una cordial invitación a la boda del príncipe Aren y su novio, con el cual llevaban enamorados en secreto 4 años. Felizmente volví al boque de los murmullos, y ahí estaba, tan hermosa como siempre, Zelda, me estaba esperando justo en la plataforma. Y ahora de vez en cuando visito a mis padres.

 

 

 

 

Fotos y una sola letra

Fito Torres Espina

Se me escapó una letra, en una de las infinitas actividades de cuarentena, revisando fotos de chica. Como una disertación de recuerdos, extrañándonos por cómo nos veíamos hace cinco o diez años, sorprendiéndonos del cambio, como si fuese algo inesperado. Mi papá asaltó la continuidad de las fotos con un nostálgico y reprochador comentario —como en toda oportunidad— dándose palmadas en la espalda por haber sido debatiblemente decente en mi infancia, esa donde aún no sabía de colores o formas.

—Yo siempre te bañaba, jugaba contigo. Me querías.

Exagerando como lo hacen los padres, creía tener ahí la oportunidad de aparecer mágicamente la cercanía emocional que de otra forma —un varón como lo es él— no podría formar. Y es específicamente difícil formar esa cercanía, por sus comentarios, acotaciones tan desafortunadas, ignorantes y violentas que no me dejan otra opción más que atacar, en especial cuando buscan complicidad. Me reprocha que ahora no puede decir nada y que siempre lo ataco y le digo que claro que lo hago, pero lo justo, lo que se necesita atacar, eso que necesito defender. Que lo hago ahora porque de chica pasaba colado en la normalidad que me enseñaron y hoy, se me hace tan evidente y flamable. Traté de frenar ese victimismo, sin ponerle atención.

—Obvio que me tenían que bañar, ¿querías que me bañara sola?

No pasó ni un segundo y se le olvidó lo bonito de mis juegos infantiles. Sus disposiciones volvieron a ser autoridad. Pasó de estar indefenso a estar acorazado en masculinidad, seria y ronca, volvió a fijar letras. Su falta de sentimiento se secunda con la de contenido, su odio es monopólico e industrial, no tiene herramientas para crear, solo para restringir. La empatía nunca le creció, y la única razón que sigue es su voluntad de imponer.

—¿Como que sola? ¡Solo! bañar solo…

Me quedé más que tiesa, con la mirada espantada y zigzagueando para no conectar, esperando que no me mirara. Igual de inmóvil que antes, antes cuando se asomaba la verdad obvia —ahora expuesta— de mi wekerío. Con el mismo nudo de esa noche, cuando la obviedad fue arrojada a sus oídos, una noche donde a todes nos sobraron palabras y a mí me sobraron lágrimas.

En un segundo pensé todo, como lo había planeado, lo que podría pasar, qué responder, incluso recordé el ppt que hice y cómo conectarlo a la tele, pensando inocentemente que el patriarcado es solo una mala enseñanza que puedo corregir en una charla de media hora. Incluso alcancé a pronunciar —sólo el comienzo, la primera oración— ese discurso que memoricé, que medio entendí,

que explicaba bien y muy claro quién era, que dejaba tan fácil explicarle al mundo quién soy, cómo soy, cómo somos.

“Considerar al género como una forma de hacer, una actividad incesante performada, en parte, sin saberlo y sin propia voluntad, no implica que sea una actividad automática o mecánica. Por el contrario, una práctica de improvisación en un escenario constrictivo.”

Judith Butler

Aclaré mi garganta, lo vi ahí, igual de tieso, no cambiaba la foto, fueron segundos de silencio. Sonaba el reloj y el hervidor, diciéndonos —hasta en ese momento— que no hay tiempo, que todo en algún momento explota. Me guardé la teoría, no era necesaria. Es un machito torpe, de cabeza dura contra todo lo que no sea él, le fundiría la cabeza en rabia si le soltara esa bomba tan academicista.

Como una epifanía —tal vez guiada por las mismas fotos— recordé cada momento donde tuve que acomodarme, correr mis gustos, gestos, letras y todo lo que expreso. Ahora estaba dispuesta a quemar su norma y sus obviedades. Otras veces se me cierra la boca a penas se me asoma la patita chueca. Pensaba “no vaya a ser que en ese momento decidan darse cuenta —otra vez— de algo obvio”. Pero ahora no hablaba sola, tenía mis recuerdos pintando las palabras.

Así mismo es cómo florecen los discursos. Desde la memoria, su belleza razona los sentires y encauza una revolución, flameando nuestras banderas a punta de palabra. Todes nos abanderamos por nuestra identidad, por nuestros modos, tonos y cicatrices de la forma más bizarra posible. Nuestras vivencias, las más duras, son las que se encargaron de llevarnos a más de una marcha para gritar varias consignas.

Para mí es obvio, y a la larga quien me ha visto vivir se le hace natural cambiar mis letras. Aprenden a cambiar la “o” por la “e”, por una “a”, o solo dejarla así de vez en cuando. Pero el problema es que él no me ha visto vivir. Me ve actuando una no-muerte. Aún le hago el papel de hijo, weko, bien weko pero hijo. Y si lo sigo haciendo es por mí, por miedo, porque tengo miedo. El mundo quiere creer que no existo… y se esfuerza para que así sea, no por él ni su miedo a cambiar letras.

—No, dije sola. Te lo repito, ¿querías que me bañara solita? Si quieres también puedes ocupar la “e”, pero es que la “o” se me gasta muy rápido.

Apareció la misma cara de cuando rompí su ilusión, cuando le contesté y supo que ya no me adivinaría más el futuro, que su predicción no pudo estar más equivocada. Algo que le gustaba mucho hacer, cuando él y otros preguntaban por polola —casi al unísono—, cuando decían que me terminaría casando con la amiga de toda la vida. Porque para ellos las obviedades son esas: que mi compañera de rutina y telenovela pasaría a ser “mi señora”. Esa misma cara amenazó todo, dio paso a una conversación pospuesta, una que también dolerá mientras sea cantada, con mis cuerdas anudadas.

De pronto la convivencia se cristalizó en una supervivencia frágil. No tengo claro si seré su hije, pero sé que seré yo, aunque pierda cariños y títulos.